viernes, 26 de octubre de 2012

Capítulo 2

Los cuatro jóvenes de Liverpool se miraron sin comprender lo que la extraña quiso decirles. Y, puesto a que no hicieron nada, Itzel puso en marcha la nave a su máxima velocidad. Como era de esperarse, los cuatro Beatles cayeron al suelo frente a la reciente aceleración.

-Qué no conocen el principio de la fuerza de la emoción?-Inquirió Itzel sin voltear a observarlos.

Los cuatro, aún arrojados en el suelo se miraron sin comprender absolutamente nada, e incluso Richard se rió ante tal incoherencia.

-Qué es eso?-Dijo por fin Paul.

-Un cuerpo se aleja de su punto inicial debido a que sufre un cambio de velocidad.-Contestó ella sin prestar demasiada atención a la troglodita conversación.

-Nosotros lo llamamos fuerza centrífuga.-Dijo orgulloso él.

-¿''Nosotros''? ¿Ustedes y quién más?

Paul pareció estar confundido.

-Y el resto de los habitantes del planeta Tierra.-Contestó Richard en lugar de su amigo.

Por su parte, John continuaba fascinado con las estrellas y demás basura intergaláctica que se hallaba del otro lado de la ventanilla. George seguía inmerso en sus pensamientos mientras comía y observaba un punto fijo en el techo.

-Tus ojos...-Murmuró Itzel.

-Si, todas dicen lo mismo.-Se agrandó el narigón con una pequeña sonrisa.

-Creerán que eres de la dinastía de Diamantina.-Contestó pensativa la joven.

-No sé si tomarlo como una ventaja o un problema.-Dijo él.

-Tampoco yo.

Esa era otra de las características tan peculiares del tan peculiar planeta. Cada dinastía poseía un color de ojos que los caracterizaba, y curiosamente, el joven terrícola de la gran nariz podía llegar a ser muy útil en aquel aspecto.

En el momento en el que la joven extraterrestre volvió a poner atención en el camino, una enorme roca estaba frente a ellos. Venía a una velocidad asombrosa, la necesaria para hacer creer a los cuatro jóvenes que su vida terminaría allí mismo, lejos de casa, pero los habitantes del planeta Número 9, tenían reflejos asombrosos.

La roca no dio en el ''blanco'', pero pasó tan cerca de la nave que el mismísimo mono-elefante de la realeza Neuf se hubiese sobresaltado. El artefacto tambaleó sobre su eje varios segundos, en los cuales todos los presentes allí, menos Itzel, quedaron mudos.

-Estoy seguro que si Epstein se entera de esto nos matará.-Paul rompió el silencio.

-Qué dices McCartney?-Contestó John.

-Qué no lo ves? Una roca enorme casi nos vuela en pedazos!-Parecía estar más que sorprendido.

Pero el asombro de Paul no fue nada comparado con el que experimentó cuando George preguntó de donde provenía esa roca, y la respuesta no estaba ni más ni menos que frente a ellos.

Eran miles... ¡millones! Cada una de diferente tamaño. Poco a poco, iban agrupándose hasta formar un extenso camino de roca intergaláctica. Al acercarse cada vez más, los terrícolas pudieron darse cuenta que no eran los únicos que lo estaban haciendo. Había una cantidad incontable de naves allí estacionadas.

-Ya llegamos? Tan rápido?-Se atrevió a preguntar George mientras descendían.

-No.-Se limitó a contestar la joven de tez azul mientras presionaba una serie de botones de colores.

-Y donde estamos?-Curioseó ahora John.

-En Star-bucks.-Contestó ella.

Los cuatro beatles rieron ante el juego de palabras del nombre, cosa que Itzel no pudo comprender puesto a que no había observado mucho el planeta de origen de sus acompañantes.

-Bajen.-Dijo casi como una orden.

-Pero...

-No seas marica Starkey.-Se burló John.

-Hay aire allí afuera?-Dijo la criatura de ojos claros en su defensa.

-Lo había olvidado...-Contestó Itzel.-Pero no interesa eso ahora, bajen.

Los jóvenes muy poco convencidos de las retorcidas órdenes de la muchacha del otro lado del universo, bajaron de la nave.

-Yo creo que quiere matarnos.-Dijo George susurrando a su compañero.

-Si hubiese querido matarnos lo habría hecho desde un principio.-Contestó el otro en el mismo tono de voz.

-Probablemente se dio cuenta no podríamos servirle de ayuda y puesto a que nos ha dado demasiada información quiera eliminarnos.-Dijo fiel a su idea.

-Eliminarnos de donde?

-De la existencia!-Se alarmó George.

Paul le dedicó una mueca y siguieron caminando sin decir una sola palabra. 

Muy a su sorpresa al salir del vehículo nada les sucedió. No se pusieron violetas a falta de aire, su sangre no sufrió cambios de presión, su esqueleto no intentó salir por su nariz, ni nada por el estilo. Resulta que hasta las partículas de aire eran inteligentes en aquel lugar, y de alguna forma que desconocían aún, entraban en su cuerpo sin la necesidad de respirar.

El lugar era más de lo que imaginaron, aún más de lo que nunca podrían imaginar. Aparentaba ser uno de esos lugares donde los vehículos frenaban a cargar combustible y donde sus conductores comían algo antes de continuar sus largos viajes.

Lo mejor del lugar, y del viaje hasta ahora, para los extraños terrícolas y su mente cerrada había sido el paisaje, y de allí se apreciaba mejor que en ningún otro lugar.

El camino de rocas continuaba hasta donde su vista se lo permitía y sobre el horizonte se hallaba la inmensidad más profunda que nunca habían visto. Las estrellas parecían ser salpicaduras de plata sobre una enorme tela oscura. Los planetas se observaban a lo lejos como bolas de billar pintadas por Picasso. Todo era nuevo para los terrícolas, y lejos de ser misterioso, era lo más fascinante que habían advertido en su existencia.

-No se queden ahí parados, muévanse.-Dijo Itzel sacándolos  repentinamente de su asombro.

-Qué hacemos?-Preguntó Paul.

-No sé, voy a cargar combustible a la nave, no se alejen demasiado.-Dijo y se dirigió hacia una máquina bastante extraña.

John se separó del grupo como es la costumbre, casi por arte de magia. Se encontró en el medio de muchísimos seres de diversos colores y tamaños. Algunos hablaban con dialectos extraños, y otros con gestos y señas, pero muy extrañamente los comprendía.

-Mami mira, ese señor tiene dos ojos.-Chilló risueña una niña de tez violeta señalándolo.

-Amht donde quedaron tus modales? Debe ser un veterano de la guerra.-Explicó su madre dedicándole una mirada de compasión.

-Perdone señor.-Se disculpó la jovencita y de la mano de su madre se dirigió hacia algún otro lado.

John quedó atónito, confuso más que otra cosa. Sin embargo, cada segundo que transcurría allí le hacía sentir una felicidad que solo aquel lugar podía proporcionarle. Había algo en el aire, como una sensación similar a la que sentía cada vez que estaba a punto de salir a dar un concierto.

-Quién no ha querido viajar sobre un cometa? Ya no debe hacer todos los trámites de la asquerosa burguesía para poder hacerlo, pues le traemos la solución. ¡Anótese aquí! Le garantizamos el mejor viaje sobre el cometa Halley que jamás haya imaginado!

Ringo se quedó observando atentamente. Un hombre azul y con tres ojos amarillos que vestía con traje y galera, estaba parado sobre un stand y ofrecía viajes sobre un cometa, que extraño resultaba todo esto!

-Si no tuviese que salvar una nación...-Se dijo Richard a sí mismo.-En otra ocasión será...

Dejó de prestarle atención al hombre y continuó observando su entorno.

-Paul, crees que vendan comida aquí?-Preguntó George.

-Seguramente.-Contestó su amigo.

-Vamos a averiguar.

Caminaron hacia un pequeño edificio en el cual había tres puertas. En las dos últimas se leía un letrero con la inscripción ''Baños'' y en cambio, en el primero no había nada, por lo cual dieron por sentado que sería allí.

Entraron a continuación de que la puerta se abriera para darles paso. Había muchas mesas allí y... ¡flotaban! parecía mentira, pero ahí estaban. Las personas que se encontraban en ellas, parecían estar lo más normales y es que claramente las mesas inteligentes habían sido un invento de Plutón hacía 300 años atrás.

George se acercó a el mostrador donde había todo tipo de alimentos, incluso algunos producían un extraño brillo.

-Esto es el paraíso.-Murmuró a su amigo.

-Ya lo creo...-Contestó el otro observando a su izquierda.

-No irás a hacer lo que creo, o sí?-Preguntó siguiendo la mirada de su compañero.

-Sí.-Dijo con una sonrisa pícara...

lunes, 3 de septiembre de 2012

Capítulo 1

Un trozo de roca galáctica rozó la pequeña nave de Itzel, haciendo que se tambaleara levemente. No tenía mucha idea de como manejar esta cosa, puesto que había botones de todos los colores y tamaños.

Poco a poco fue descendiendo como en una capa de nubes muy fina y de pronto... un centenar de edificios la rodearon. El ruido era insoportable e incesante. Sin embargo, todas aquellas tecnologías parecían estar sumamente atrasadas en consideración de las que conocía en su pequeño planeta.

Estacionó la nave, en el medio de una avenida, y bajó. Miró hacia los lados y no había señales de alguna mente inteligente. Un pequeño niño pasó por allí, caminando alegremente, pero no pudo evitar quedarse mirando a la recién llegada, puesto que para los terrícolas no es muy común ver personas de tez celeste.

-Llévame con tu líder!-Exigió inútilmente Itzel, puesto a que el niño soltó una carcajada y siguió caminando a saltitos, como su hubiese visto un payaso.

La princesa del planeta tan extraño, perdió esperanza alguna de encontrar ayuda, y se adentró nuevamente en el vehículo. Allí esperó y esperó, quien sabe que cosa. Cuando un hombre pasó caminando, llevaba unas ropas muy particulares, sumamente coloridas. Seguramente debía ser alguien de poder en ese extraño reino.

Precavidamente, la muchacha, no bajó de su vehículo, para evitar cometer el mismo error, además quién sabe que tipo de virus tendría aquel planeta. Por su parte, decidió observar un poco su comportamiento, así que puso en marcha la nave, la cual realizó todo tipo de sonidos, y lo siguió, tratando de ocultarse entre los árboles.

-Que aburridos pueden llegar a ser los domingos por la tarde aquí en Liverpool.-Se quejó el hombre mientras pateaba una roca.

Itzel muy a su sorpresa, comprendía a la perfección lo que aquel hombre de tan extraña apariencia decía.

-Ay!-Suspiró él.

La visitante, comenzó a seguirlo deteniéndose cada vez que el hombre lo hacía. A este último le parecía verdaderamente ilógica la descabellada idea de que una nave espacial estuviese siguiéndolo, en especial porque nada bueno o interesante sucedía los domingos.

-Usted me creería si le dijera que una nave del espacio está siguiéndome?-Preguntó a un oficial de policía que vigilaba la zona durante la jornada.

-Sinceramente... no.-Respondió aquel.

-Justo como lo imaginé.-Se resignó el hombre.

En cierto modo, la idea de que algo le sucediese a su vida, lo alegraba, pero también cabía la inmensa posibilidad que todo sea producto de su reprimida imaginación combinada con la soledad del momento. 

Llegó a lo que parecía ser su casa. A Itzel no le agradó demasiado el lugar, no era digno de un rey o gobernante, y comenzó a estar cada vez más convencida de que aquel hombre no lo era, pese a sus extrañas vestimentas. Sin embargo, algo le decía que era su última oportunidad, y... ¡quién sabe que atrocidades estaría cometiendo Diamantina en su querido planeta!

-Ringo, que no oyes que están llamando a la puerta?-Se quejó otro hombre, sentado frente a un extraño aparato que reproducía sonidos.

-Ayuda!-Exclamó Itzel del otro lado.

-No necesitamos, gracias de todos modos.-Contestó quien se hacía llamar Ringo.

-Ayuda!-Volvió a repetir.

-Que sucede?-Preguntó él abriendo la puerta.

-Necesito su ayuda.

-Esa parte ya la mencionaste.

-Llévame con tu líder!-Exigió la princesa al notar la incapacidad de aquel hombre.

-John!-Gritó.

-Qué sucede mi lindo Richard?-Contestaron desde otra habitación.

-Te buscan!-Anunció.

-Quién?-Se volvió a oír esa voz.

-No lo sé, una mujer azul.-Contestó sin aún hacerla entrar.

-Azul?-Preguntaron desde la otra habitación.

-Si, azul.

-No será otra fan loca?

-Lo dudo...

Otro hombre apareció en la extraña habitación, llevaba una especie de lentes y un libro en su mano derecha.

-Hola, soy John... qué se le ofrece señorita?-Preguntó cordialmente.

-Necesito ayuda!-Dijo y Ringo rodó los ojos.-Mi planeta está en peligro!

-De qué hablas?-Preguntó sin comprender.

-No hay tiempo para explicaciones!

Y en menos de lo que puedes decir 9, Itzel había arrastrado a aquel hombre hacia su nave, y puesto a que el otro no sabía que hacer exactamente, lo siguió.

-Oye George, una mujer azul se llevó a John y Ringo.-Anunció el que aún observaba la situación frente al extraño artefacto.

-Y qué esperas? Vamos tras ellos.-Contestó el otro algo emocionado con las manos llenas de diferentes tipos de alimentos.

-Uno no puede componer tranquilo en esta casa.-Se quejó el joven poniéndose su abrigo.

Ambos llegaron a tiempo justo antes de que la nave cerrase sus extrañas puertas. Itzel presionó un botón color verde y puso el artefacto en marcha. En estos años de ir a la deriva por el cosmos, había aprendido algo sobre la nave, al menos que era el botón verde la que la encendía.

-Esto es lo más raro que ha hecho una fan por mi.-Acotó ese tal John, fiel a su ocurrencia, observando perplejo la tecnología del vehículo.

-Mi planeta está en peligro y necesito su ayuda.-Comenzó Itzel mientras el artefacto rugía.- Me he tomado el atrevimiento de seguir a este hombre, hacia su morada, puesto a que deduje que con esos harapos, debía ser alguien de poder en este lado del cosmos.

-Harapos Jajá.-Rió aquel que llevaba comida, George, y señaló a su compañero de forma burlona.

-Silencio terrícola!-Dijo Itzel, quién no le veía la gracia a tan terrible asunto.

-Y en que consiste su problema señorita?-Preguntó Paul, ese era su nombre, cada vez más convencido que no era una simple joven histérica que solo quería casarse con él.

-Diamantina, la jefa de una poderosa familia, ha derrocado al Sr. Neuf, mi padre, y tomó el poder a la fuerza...

-Y no pueden simplemente arrestarla?-Interrumpió John.

-Tiene bajo su poder el Cristal Amarillo! Mientas esto sea así, es imposible. Sus malvados secuaces están plantando bombas del número 6 en todos los sectores del planeta.-Se lamentó una vez más la joven.-Son mi única esperanza...

-Con que una dictadura del otro lado de la galaxia?-Analizó el hombre de la gran nariz.-Me parece una buena idea, los domingos nunca sucede nada...

-Los Beatles han sido todo menos héroes intergalácticos.-Dijo Paul.-Creo que si Brian se entera nos matará...

-Tu opinión me basta para decidir... pon en marcha esta cosa.-Dijo John con una enorme sonrisa, aunque seguía pensando que todo esto no era más que una farsa.

Itzel presionó un botón amarillo y la nave comenzó a ascender y ascender... tan alto llegó que las nubes parecían ser un esponjoso suelo blanco, que te incitaba a saltar de allí y caer sobre esa capa suave cual almohadón de plumas.

-Esto es lo más extraño que me ha sucedido en la vida.-Se impresionó Paul.

-Ya lo creo.-Le dio la razón su amigo que seguía sin dejar de comer.

La nave atravesó la atmósfera y de pronto la superficie del planeta Tierra se vio desde afuera, un increíble espectáculo digno de cualquier ser viviente. El espacio es inmenso, inalcanzable... ¡Interminable! Los cuatro hombres parecían estar tan sorprendidos, como si nunca lo hubiesen visitado! Sin embargo más de una vez consideraron la posibilidad de que todo sea un sueño, uno muy real desde lo más profundo de su subconsciente. 

-Las estrellas... son lo más hermoso que advertí en mi existencia.-Comentó John, más que impresionado por la oscura inmensidad que observaba.

-No te pongas filósofo Lennon.-Lo retó otro.

-Creo que ya es hora.-Contestó Itzel observando el tablero que tenía en frente.

-Aquí existe la hora?-Dudó George.

Itzel ignoró tal comentario y empezó a presionar una serie de botones y palancas llamativas.

-Qué haces?-Se preocupó Paul.

-Procuren sostenerse de algo, vamos a viajar a la velocidad de la felicidad...

jueves, 17 de mayo de 2012

Introducción


Había una vez, o quizás dos, un pueblo en las afueras de la galaxia. No era uno cualquiera, solo se podía llegar a él mediante 9 suspiros, o simplemente contar hasta 9, claro está, de cabeza trepado a un elefante, solo que la primera opción es más fácil según el extraño criterio de los terrícolas.


Aquel pueblo era uno muy particular. Estaba situado en las afueras de un pequeño planeta de la galaxia Andrómeda, llamado obviamente: Número 9. Como se habrán dado cuenta, aquel número cumplía un papel importante en aquella sociedad ¿Por qué? Simplemente no se sabe. Todos y cada uno de los habitantes eran de tez verde azulada y poseían unos ojos claros y cautivadores. Era una sociedad cuidadosamente organizada, pero eso últimamente estaba en discusión.




Diamantina, una mujer jefa de una poderosa familia había robado el ''Cristal Amarillo'', que curiosamente era de color rojo, otro misterio de este peculiar pueblo. La joya, tenía poder infinito y no debía caer en manos equivocadas, como accidentalmente había ocurrido. Una dictadura había comenzado allí. El antiguo gobernante, el Sr. Neuf había sido encerrado en un calabozo tan sencillamente construido que cualquier terrícola podría escapar de él, pero por alguna extraña razón los habitantes el Planeta n°9 no podían hacerlo.


Aquel viejo amigable, que ahora se encontraba triste y encerrado, tenía una hija que justo ese día había cumplido unos 875 años, 17 para ustedes. Su nombre era Itzel y sabía que algo debía hacer. El ayudante de su padre, le reveló la existencia de una poderosa máquina que podía viajar a la velocidad de la felicidad, el doble de la luz.


-Estas seguro de esto?-Preguntó temerosa la muchacha.-A donde iré?


-Solo ve! Busca ayuda!-Contestó él entregándole las llaves del extraño artefacto.


En ese momento una bomba del número 6 -impuesto por la dictadora- calló muy cerca de ellos y la pobre muchacha no tuvo más remedio que subir e intentar.


Itzel viajó por varios años en busca de alguien o algo que pudiese ayudarla, alguna fuente de vida inteligente, pero no tanto (aclaración hecha debido al encuentro con los habitantes de Neptuno). Y fue así como divisó un planeta a lo lejos, de color azul y verde, parecía amigable y era una de sus últimas oportunidades. Presionó un boton rojo llamativo, los motores rugieron y comenzó a aumentar la velocidad. Estaba frente a un planeta, quizás, muy conocido por ustedes: el Planeta Tierra.