jueves, 17 de mayo de 2012

Introducción


Había una vez, o quizás dos, un pueblo en las afueras de la galaxia. No era uno cualquiera, solo se podía llegar a él mediante 9 suspiros, o simplemente contar hasta 9, claro está, de cabeza trepado a un elefante, solo que la primera opción es más fácil según el extraño criterio de los terrícolas.


Aquel pueblo era uno muy particular. Estaba situado en las afueras de un pequeño planeta de la galaxia Andrómeda, llamado obviamente: Número 9. Como se habrán dado cuenta, aquel número cumplía un papel importante en aquella sociedad ¿Por qué? Simplemente no se sabe. Todos y cada uno de los habitantes eran de tez verde azulada y poseían unos ojos claros y cautivadores. Era una sociedad cuidadosamente organizada, pero eso últimamente estaba en discusión.




Diamantina, una mujer jefa de una poderosa familia había robado el ''Cristal Amarillo'', que curiosamente era de color rojo, otro misterio de este peculiar pueblo. La joya, tenía poder infinito y no debía caer en manos equivocadas, como accidentalmente había ocurrido. Una dictadura había comenzado allí. El antiguo gobernante, el Sr. Neuf había sido encerrado en un calabozo tan sencillamente construido que cualquier terrícola podría escapar de él, pero por alguna extraña razón los habitantes el Planeta n°9 no podían hacerlo.


Aquel viejo amigable, que ahora se encontraba triste y encerrado, tenía una hija que justo ese día había cumplido unos 875 años, 17 para ustedes. Su nombre era Itzel y sabía que algo debía hacer. El ayudante de su padre, le reveló la existencia de una poderosa máquina que podía viajar a la velocidad de la felicidad, el doble de la luz.


-Estas seguro de esto?-Preguntó temerosa la muchacha.-A donde iré?


-Solo ve! Busca ayuda!-Contestó él entregándole las llaves del extraño artefacto.


En ese momento una bomba del número 6 -impuesto por la dictadora- calló muy cerca de ellos y la pobre muchacha no tuvo más remedio que subir e intentar.


Itzel viajó por varios años en busca de alguien o algo que pudiese ayudarla, alguna fuente de vida inteligente, pero no tanto (aclaración hecha debido al encuentro con los habitantes de Neptuno). Y fue así como divisó un planeta a lo lejos, de color azul y verde, parecía amigable y era una de sus últimas oportunidades. Presionó un boton rojo llamativo, los motores rugieron y comenzó a aumentar la velocidad. Estaba frente a un planeta, quizás, muy conocido por ustedes: el Planeta Tierra.